¿Música sin alma? El dilema de la inteligencia artificial en la creación artística

Vivimos en una realidad donde la inteligencia artificial (IA) ya no es solo un concepto de ciencia ficción, sino una presencia cada vez más dominante en casi todos los aspectos de nuestra vida, incluida la música. Desde la composición hasta la postproducción y distribución, las IA's están revolucionando el panorama artístico a una velocidad que pocos podrían haber imaginado hace apenas unos años. Pero, ¿qué implica realmente este avance para los músicos, productores y públicos? ¿Estamos ante una herramienta que potenciará la creatividad o ante una amenaza que podría desplazar la capacidad creativa humana del proceso artístico?
Plataformas como AIVA, OpenAI Jukebox y Amper Music, entre otras, han demostrado que las máquinas pueden generar piezas musicales con una sorprendente coherencia estilística de acuerdo a los parámetros que les dicte un humano conforme a sus gustos, intereses o necesidades. Analizan millones de canciones y patrones para crear nuevas composiciones que, en muchos casos, pueden engañar al oído humano promedio y especializado. Estas IA's vienen siendo entrenadas con vastos catálogos de música clásica, pop, jazz, electrónica, e incluso rock y otros estilos, permitiéndoles generar melodías y arreglos que parecen diseñados por compositores experimentados.
Un caso icónico hace ya casi 10 años es "Daddy’s Car", una canción creada por una IA desarrollada por Sony CSL Research Laboratory, que emula el estilo de The Beatles. Otro ejemplo más reciente es "Heart on My Sleeve", una canción viral atribuida a una IA que imitó las voces de Drake y The Weeknd, generando un debate sobre la autenticidad y la propiedad intelectual de las creaciones musicales generadas por algoritmos. Otro caso podría ser "Dance the Night" realizada en 2023 por un usuario de TikTok que decidió crear una versión de la canción de Dua Lipa usando una voz generada por IA que imitaba a Luis Miguel. Aunque no fue un lanzamiento oficial, su viralidad generó preguntas sobre la autenticidad y el uso de voces de artistas en contextos no representativos de su estilo y cómo se podría atribuir y explotar los derechos de autor en estos casos. Otro ejemplo ampliamente reconocido e incluso galardonado fue "Now and Then - The Last Beatles Song" en 2023. Aunque Paul McCartney expresó públicamente en otro momento cierta preocupación respecto, utilizó junto al equipo de producción de este proyecto, una IA para extraer y mejorar la voz de John Lennon de una grabación antigua, creando una "nueva" canción de The Beatles. Aunque fue autorizada por los miembros vivos y herederos, algunos críticos cuestionaron si esto respetaba el legado de Lennon y si la IA debería usarse para "revivir" artistas fallecidos. Temas falsos atribuidos a Frank Ocean, creados con IA, fueron vendidos en comunidades de Discord como supuestas filtraciones. Este fraude no solo engañó a fans, sino que planteó dilemas éticos sobre la explotación comercial de identidades artísticas y la falta de regulación en la distribución de música generada por IA. O el caso de una plataforma llamada Boomy y el escándalo que hubo al rededor de Spotify en 2023, la cuál le permite a los usuarios crear canciones, generando en poco tiempo millones de temas, algunos subidos a dicha plataforma para obtener regalías fraudulentas mediante bots. Spotify tuvo que eliminar decenas de miles de estas canciones, lo que destacó problemas éticos y legales sobre la autenticidad y el abuso de sistemas de streaming. O por otra parte, el caso de la colaboración realizada por Björk y Rosalía en 2023 llamada "Oral", en el que se utilizó la IA como herramienta creativa, destinando las ganancias a causas benéficas. Sin embargo, algunos cuestionaron si el uso de IA diluía la autenticidad artística y plantearon preocupaciones sobre la transparencia en su aplicación.
Entonces surge la gran pregunta: ¿es esto arte o simplemente una simulación de arte? El arte ha sido, desde siempre, una expresión profundamente humana, marcada por experiencias, emociones, puntos de vista, e incluso imperfecciones propias de los procesos creativos y los creadores según el contexto en que surgen. Hemos visto que las IA's pueden replicar estructuras y estilos, pero ¿pueden generar algo verdaderamente innovador o disruptivo? Aún está por verse. Hasta el momento, parecen funcionar como herramientas que amplifican la creatividad humana en lugar de reemplazarla, optimizando tiempo y otros recursos, partiendo de patrones estadísticos y tendencias optimizadas para el algoritmo, aunque no falta el facilista "avivato" qué pretende tomar este atajo y así saciar su vanidad buscando hacerse "viral y exitoso" realizando "música" a su nombre sin realmente tener un conocimiento suficiente de lo que implica crear música.
Y ante este panorama ¿dónde queda el factor sorpresa, "el error feliz" y la emoción auténtica?
Creo que la reacción del público ante esta nueva realidad es clave, y personalmente es lo que me causa cierta preocupación. Como es bien sabido, incluso desde mucho antes de la llegada de las IA's, hay quienes simplemente buscan la música solo como un medio de entretenimiento inmediato, sin preocuparse minuciosamente por su origen e implicaciones. Es decir, si la canción suena bien en la discoteca y nos permite "perrear", cumple su propósito. Si toca las fibras del amor o el desamor de manera efectiva según el grado de "enamoramiento" o de "tusa", cumple su propósito. Entonces ¿realmete importa si fue creada por una máquina y no por otro ser humano con padecimientos similares a los nuestros así esté detrás de los prompts que dirigen a la IA?
Esto en la actualidad, sin duda representa para los artistas independientes, un desafío mayor. La industria musical ya es de por sí difícil ante la permanente sobreoferta y saturación de productos en todos los estilos y niveles musicales, especialmente sin el respaldo de grandes sellos y campañas de marketing. Ahora, competir contra las IA's que pueden generar canciones en segundos y optimizarlas para el algoritmo es una lucha definitivamente desigual.
Un aspecto cada vez más discutido es cómo las IA's pueden desplazar no solo a los músicos, sino a toda la cadena de valor en la industria musical. Si un robot puede llegar a generar, producir y distribuir música con poca intervención, o incluso sin intervención humana, ¿qué pasará con los docentes, compositores, productores, arreglistas y técnicos de sonido, entre otros roles que hacen posible dichos procesos? Además, si las canciones generadas por IA comienzan a dominar los rankings y listas de reproducción, el público podría acostumbrarse (aún más) a un estándar musical homogéneo y predecible, eliminando la diversidad estilística y el carácter innovador de la música como arte en constante evolución y castrando aún más la capacidad de análisis y de asombro en cuanto al consumo de música por parte de las audiencias.
El avance de la IA en la música no solo plantea cuestionamientos creativos y filosóficos, sino también dilemas éticos y jurídicos. Actualmente, existen debates sobre quién debería poseer los derechos de autor de una pieza creada por inteligencia artificial. ¿El programador de la IA? ¿La empresa que la desarrolló? ¿El usuario que proporcionó los parámetros para su creación? ¿los creadores originales en caso de utilizar referencias claras de composiciones y estilos interpretativos? Estas preguntas aún no tienen respuestas claras...
Casos como el de "Heart on My Sleeve", en el que Universal Music Group exigió su eliminación de plataformas de streaming por violación de derechos de autor (aunque por ahí se puede encontrar todavía), muestran que la industria musical aún no ha definido un marco legal sólido para abordar estas situaciones. Artistas como Nick Cave o Paul McCartney entre otros al rededor del mundo, han expresado su preocupación sobre cómo la IA podría trivializar el proceso creativo, reduciéndolo a una serie de algoritmos predecibles y carentes de humanidad.
Por otra parte, a la fecha han surgido herramientas como AI Song Contest, que buscan promover la ética en la creación musical asistida por IA, o plataformas de detección como DeepMind's SynthID, diseñadas para identificar contenido generado por inteligencia artificial y evitar, o por lo menos intentar advertir, posibles fraudes en la industria creativa. Sin embargo, la regulación sigue siendo un territorio poco explorado, y dependerá de la voluntad de legisladores, políticos, artistas y plataformas de streaming establecer límites y normas claras.

No hay duda de que la IA llegó para quedarse. Ignorarla o posar de puristas es ingenuo, pero aceptarla con fanático entusiasmo y pasión sin cuestionar sus implicaciones también es peligroso. Su impacto dependerá de cómo decidamos integrarla en nuestra vida y nuestro arte. Puede ser una herramienta increíble para potenciar la creatividad, pero también una amenaza si se convierte en un sustituto de la expresión humana. En mi caso personal, he estado utilizandola como punto de partida en algunos casos para la etapa de preproducción a fin de ubicar principalmente ciclos armónicos que me lleven a ampliar mi paleta de recursos teórico-musicales conforme a los intereses creativos y estéticos que voy desarrollando en mis composiciones, así como en la etapa de postproducción, para buscar de una manera un poco más efectiva y a bajo costo, un comportamiento más homogéneo de mis mezclas dentro del espectro sonoro audible por los humanos, para llegar a una masterización más competitiva con los recursos que hasta el momento tengo, y podría decir sin ningún temor, que la experiencia ha sido provechosa y positiva y se puede apreciar en mi último lanzamiento llamado "Nadie Sobrevive" la cuál mastericé con la ayuda de Bandlab Mastering. Por otra parte, para dictar clases de música, he estado utilizando Moises.ai pues me permite separar los instrumentos de cualquier canción y realizar varios procesos sobre el audio que me permiten un control más flexible a la hora de enseñar permitiéndole al estudiante explorar los conceptos técnicos que abordamos en cada sesión, sobre la música que le interesa, y esto es una gran herramienta pedagógica, aunque se puede incorporar otros usos como tocar "covers" sobre las pistas originales pero reemplazando el instrumento que nosotros interpretamos, lo que de nuevo, reta un poco la ética, especialmente si este ejercicio lo capitalizamos de alguna u otra manera. Y como esta, cada vez surgen más alternativas que bajo el modelo de suscripción, movilizan importantes cantidades de dinero a favor de sus fabricantes con la promesa de optimizar tiempos y esfuerzos intelectuales.
Hasta el momento no he caído en la tentación de hacer que la IA realice todo el trabajo creativo por mí y no lo tengo considerado dentro de mis planes inmediatos. Aún me entusiasma el reto de tratar de construir ideas musicales a partir de lo que se y quisiera hacer, sabiendo que al final del ejercicio, podré verme gratamente sorprendido por el resultado, o angustiado y decepcionado por el mismo, cosa que también puede pasar...
Desde luego, el futuro no está escrito. Como artistas, creadores de cultura y también como público, nos corresponde decidir con suficiente criterio, qué tipo de música queremos hacer o escuchar y qué lugar damos a la IA en nuestros procesos creativos. Creo que lo que se ha puesto en juego con la llegada de esta poderoza herramienta no es solo la industria musical en su estructura, sino el significado mismo del arte en la era digital.
¿Seremos consumidores pasivos o guardianes de la creatividad humana?
La respuesta está en nuestras manos...
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